martes, 19 de octubre de 2010

ALGUNOS CAIDOS....



No recuerdo la fecha exacta, debió ser entre mayo y junio de 1992. La Agrupación Táctica “Málaga” había sido disuelta y sus miembros habían regresado a sus unidades. Días antes, a principios de mayo, habían desembarcado en la capital malagueña y el Coronel Zorzo pronunció delante de Su Majestad unas palabras que, tristemente, el Coronel Martínez no pudo repetir, seis meses después, al regresar con la AGT “Canarias”:

- ¡A la orden de Su Majestad! No ha habido novedad en la misión. Vuelven todos.

Semanas más tarde, el teniente Muñoz Castellano caía herido en Mostar y era evacuado a España en estado muy grave. Alguien puso una frase en boca de los miembros del EMAT –Equipo Médico Avanzado Táctico- : “No podía ser, era demasiada suerte, tenía que acabarse.”.

Eso era verdad. Llevábamos ocho o nueve meses de misión y ningún muerto, era demasiada suerte. Casi todos los países que integraban UNPROFOR habían tenido bajas mortales, mayormente por accidentes, pero alguna también por disparos perdidos, menos los españoles. Ocho meses y solamente algunos heridos, era demasiada suerte, tenía que acabarse.

El teniente Don Arturo Muñoz Castellano estaba destinado en la V Bandera del Tercio Duque de Alba, 2º de La Legión. Se encontraba en el barrio musulmán de Mostar, llevando medicina y plasma al hospital, después de haber hecho lo mismo en el barrio croata. La versión oficial fue que se había alejado del convoy, cuando una granada de mortero, disparada desde la zona croata, cayó a pocos metros de él. Cuando lo recogieron presentaba más de seiscientos impactos de metralla entre el chaleco anti-fragmento, los brazos y las piernas, pero curiosamente fue uno sólo el que le causo la muerte. Un minúsculo trozo de hierro del tamaño de una lenteja, que le alcanzó el cerebro porque tenía bajado uno de los cuellos del chaleco. Lo que no se dijo en su momento, fue que el teniente se había apartado del convoy porque estaba intentando sacar de esa zona a un sacerdote católico, sin el conocimiento de las autoridades bosnias. Fue el primer Casco Azul español fallecido en acto de servicio.

No voy a hacer ahora una loa de este oficial, entre otras cosas porque casi no lo conocía. Era un “blanco”, un oficial de la Academia General Militar, y como todos ellos había sido instruido en la idea de que el Ejercito existía por y para ellos.

Por lo que hablé con mis compañeros, me enteré de que no era demasiado mal tipo, pero un Oficial al fin y al cabo.

Quince años después de aquello, todavía recuerdo perfectamente cuando me informaron de su muerte. Estaba en Draçevo cuando hirieron al teniente, y tomé algunas fotografías cuando lo evacuaron en helicóptero. Las últimas noticias eran que evolucionaba favorablemente en Madrid. Un día regresábamos de Kiselyac, de una escolta VIP, y paramos en Medugorje para que mi teniente diese novedades al Coronel. Cuando volvió al vehículo me miró y me dijo:

- Cuberos, me acaban de informar que el teniente Muñoz… ha muerto.

No dijo nada más, y creo que no hacía falta. En aquel momento sentí una patada en el estomago. No sabía como reaccionar. No es que sintiera un aprecio especial por aquel oficial pero pertenecía a La Legión, a mí Tercio, era uno de los mios. Pero lo que realmente me impactó fue ver que no éramos invulnerables. Que también podíamos morir, aunque nosotros no estuviésemos en guerra. Éramos un grupo de unos setenta los que habíamos llegado juntos, a caballo entre las AGT,s “Málaga” y “Canarias” éramos “Los bastardos de Kelly”, como dijo un amigo mío: “Para ti no hubo honores, ni bandas de música para despedirte ni para recibirte, tan solo embarcar en ese avión Hércules y comerte la peor parte del servicio español allí, donde mas compañeros cayeron.”. Los demás llevaban poco tiempo allí, nosotros éramos los veteranos, con nuestros cuatro meses de misión a cuestas, y el hecho de que tras diez meses no hubiese muerto ningún español nos dio la falsa impresión de que estábamos por encima de esas cosas. Habíamos tenido momentos de tensión, me habían apuntado con “kalashnikovs” y yo había apuntado con mi cetme. Me habían disparado al vehículo y había tenido que despejar barricadas con mi BMR sin saber si estaba trampeada con minas o no. Había visto como una granada contra-carros pasaba a medio metro del morro de mi vehículo y momentos después otra hacía lo mismo por detrás, pero hasta ese momento no me había dado cuenta de también nosotros podíamos morir. Siempre afirmé que mi actuación en Bosnia no demostró mi valor, sino mi inconsciencia.

Tristemente aquella no fue la última vez que rendimos honores a un compañero caído. Otro teniente falleció por el disparo de un francotirador –irónicamente, su compañía se llamaba “Teniente Muñoz Castellano”, en honor al primer oficial fallecido-, un legionario apareció muerto cerca de la garita donde hacía guardia, otro legionario se pegó un tiro jugando a “la ruleta israelí”, el legionario León murió al caer una granada de mortero croata –otra vez- a un metro de su puesto de guardia, un sargento y cuatro paracaidistas se ahogaron al caer su vehículo al río Neretva, otro sargento murió al volcar su VEC y así hasta catorce los cascos azules españoles que dieron su vida mientras yo estuve allí.

Sí, era demasiada suerte, tenía que acabarse.

Ya casi nadie se acuerda. Aquella es una guerra antigua y es mucha la sangre que se ha derramado posteriormente -incluyendo el accidente del Yak-42- en misiones en el extranjero. Para los civiles, son temas que una vez pasada la novedad caen en el olvido, y es lógico. Los militares tenemos demasiada experiencia en rendir honores a los muertos, y no podemos acordarnos de todos individualmente.

Ahora ha fallecido la primera soldado en misión de paz, y el Ministerio de Defensa crea el premio “Soldado Idoia Rodríguez” para premiar, valga la redundancia, a las mujeres que destaquen en algo así como “fomentar la integración de la mujer en el Ejercito” o algo parecido. Mientras tanto, en Melilla, un capitán de La Legión se enfrenta a un expediente por falta grave porque con motivo de la Navidad, el Ayuntamiento montó un Belén justo en la plaza donde se encuentra el busto del Teniente Aguilar -el que falleció por el disparo de un francotirador en Mostar- y colocó unas palmeras tapando dicho busto. Al capitán no le pareció bien y solicitó a los operarios municipales que las retiraran. Como estos se negaron, el oficial, acompañado por cuatro legionarios retiró personalmente los árboles.

Lamenté la muerte de la soldado Rodríguez, como lamenté la muerte de todos y cada uno de los militares que dan su vida en el cumplimiento del deber, pero me gustaría que no hubiera esas distinciones en función de la situación política y oportunista de cada momento. Otro sueño imposible.

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